Melvin Cantarell Gamboa
25/10/2023 - 12:05 am
Compasión no, comprensión
Todo parece mostrar, en el caso que nos ocupa, que la razón está ausente en quienes participan en el conflicto, para ser substituida por emociones distintas como la ofensa, el desprecio, la venganza y la crueldad, todo ello a causa del odio hacia el que no consideramos nuestro igual y, si lo vemos como enemigo irreconciliable, lo confrontamos con el deseo de procurar su exterminio.
El conflicto en la Franja de Gaza
“Seremos precisos y contundentes y seguiremos adelante hasta cumplir nuestra misión, puede que tardemos una semana, un mes o dos en destruirlos y conseguir nuestra victoria”
Yoav Gallant
Ministro de Defensa de Israel
“Jamás ha habido un valor de civilización que no implicara la idea de feminidad, de ternura, de compasión, de no violencia, de respeto a la debilidad”.
Romain Gary
La noche será tranquila
“Somos finitos, somos seres desde una situación, un contexto y una historia, necesitamos puntos de referencia, siempre frágiles y revisables que nos sirvan de apoyo en los momentos críticos de la historia”
Joan-Carles Mérlich.
Ética de la compasión
La Diputada Rashid Taib, palestino-estadounidense, en su intervención del 12 de octubre en el Congreso norteamericano hizo referencia a la guerra desatada en la Franja de Gaza en los siguientes términos: “Estoy llamando por una desescalada y cese del fuego de inmediato para salvar innumerables vidas, sin importar su fe o etnia. Nuestro Gobierno debe liderar con compasión por todas las vidas civiles. Creo con mi corazón que la mayoría de los estadounidenses desea poner alto a la matanza y a la violencia. Crímenes de guerra no deben ser respondidos con crímenes de guerra” (Jim Cason y David Brooks, en La Jornada, martes 17 de octubre de 2023, p. 6).
Bien, lo que conduce a los hombres a hacer lo que hacen son las pasiones, “cuando los beligerantes hayan saciado su sed de sangre y reposen un poco para reponer sus fuerzas estarán en condiciones de comprender el mismo mundo y lamentarse o burlarse de él (Demócrito ríe y Heráclito llora)”. Spinoza, quien escribió lo anterior, rechaza tanto la risa como las lágrimas y propone comprender (Benito Spinoza. Correspondencia. Editorial Alianza. 1988, páginas 231 y 232).
Según Spinoza, la vida se vive conforme a lo que beneficia e incrementa nuestro poder de actuar y cuando es así evitamos lo que a nuestro parecer lo disminuye. Propone en consecuencia una física de las pasiones y una mecánica de los sentimientos, el cuerpo es afectado por pasiones que aumentan o disminuyen su potencia para actuar. La diversidad de los sentimientos procede de la combinación de tres de ellos, primitivos y fundamentales: el deseo, la alegría y la tristeza. En lo que sigue nos ocuparemos sólo de algunas de estas pasiones que el filósofo judío califica como tristes: el odio, el desprecio, la vergüenza, la ofensa, la venganza y la crueldad. Desde esta perspectiva, en el conflicto en Gaza, no bastan la compasión o la piedad, es necesario comprender, no según los afectos sino de acuerdo con la razón.
La civilización occidental es deplorable a causa de su tendencia a quebrantar la vida tranquila, la libertad y la independencia de los pueblos pobres cuando estos pilares son el apoyo de la paz a escala planetaria. Si la civilidad respecto del otro, la convivencia, la consideración hacia las ideas ajenas, el respeto de las costumbres, creencias y cultura del diferente la practicáramos como individuos y como naciones, no tendríamos necesidad, desde el punto de vista ético, de suplicar compasión por el débil. Compasión significa tratar a los demás con simpatía; el sentimiento se hace presente a través del contacto directo, no obstante, falta la razón para comprender el sufrimiento del otro.
Todo parece mostrar, en el caso que nos ocupa, que la razón está ausente en quienes participan en el conflicto, para ser substituida por emociones distintas como la ofensa, el desprecio, la venganza y la crueldad, todo ello a causa del odio hacia el que no consideramos nuestro igual y, si lo vemos como enemigo irreconciliable, lo confrontamos con el deseo de procurar su exterminio.
Si prevaleciera la razón y se hubiera respetado y cumplido el acuerdo firmado en la ONU el 23 de septiembre de 2003 que creaba un Estado Palestino independiente, no miembro de las Naciones Unidas, no se hubiera desatado el conflicto ni se hubieran producido cinco enfrentamientos posteriores con saldos sangriento: 2006, 2008-2009, 2010, 2012 y 2023; luchas tan desiguales que mostraron al mundo que la vida de los palestinos es vista por Israel como nuda vida, como una vida desprovista de reconocimiento y atributos humanos; en México con un cruel pasado colonial sabemos de esto, los indígenas fuimos vistos, desde el punto de vista cristiano, como salvajes sin alma (Sepúlveda) y se nos trató como bestias, se hizo trabajar a nuestros abuelos hasta la extenuación y la muerte. El pueblo judío sabe de esto, aunque en otro contexto, los nazis los estigmatizaron primero para conducirlos después a campos de concentración donde murieron más de cinco millones; su martirio y la dolorosa historia no ha dejado de ser condenada, incluso dio lugar a excepcionales avances humanitarios para que la barbarie no se repita. Michael Foucault, por ejemplo, al reflexionar este vergonzoso episodio condenó los hechos y construyó el concepto de biopolítica para denunciar el sometimiento de los cuerpos por medio del descarnado sufrimiento que produce en el ellos el poder militar y político. Giorgio Angamben, condenó esos mismos campos de exterminio e, inspirándose en el antiguo Derecho romano creó la figura de homo sacer para referirse a aquellos seres humanos cuya vida, al haber cometido un delito, pueden ser sacrificadas con entera impunidad por el poder, sin compunción alguna por considerar sus vidas “carentes de valor”. Ambas aportaciones son en el presente base imprescindible para la defensa de los Derechos Humanos; nadie es sacrificable, mucho menos excluible.
Los nazis hicieron escarnio de los judíos, los acusaron de atrocidades, de ser un peligro para Alemania, de contaminar la pureza de la raza aria superior y solucionaron el problema condenando al exterminio a los judíos como comunidad étnica-religiosa; lo mismo se hizo por décadas con los comunistas en Occidente; ahora se repite con los damnificados palestinos.
Si comprendiéramos con lucidez estos negros episodios de la historia, estaríamos a tiempo de remover nuestra íntima benevolencia y movilizarnos para exigir a los gobiernos del mundo que liberen de su miseria al bando más débil, pues la sola compasión, entendida como tristeza compartida es inútil, solo multiplica el dolor y paraliza toda acción ética efectiva.
En el momento presente no bastan las palabras ni los lamentos. Vuelvo con Spinoza, ese judío que tanto amo, quien padeció el anatema que lo humilló, maldijo y expulsó de la sinagoga de Ámsterdam, Holanda en 1656, él afirmó que sólo con acciones concretas podemos potenciar el bien y detener la maldad; sin perder de vista que no es razonable manifestarnos en la intimidad, sino hacerlo como parte del género humano y en función de lo que es apropiado a nuestra idiosincrasia hasta constituir una fuerza formidable capaz de obligar a los gobiernos a parar la masacre.
No está en la naturaleza humana ser buenas personas, hacemos el bien a través de la forma de relacionarnos con el otro a partir de condiciones y circunstancias dadas, de ahí que cuando elegimos una posición, sólo podemos hacerlo con menor margen de error cuando optamos por la causa del más débil contra el más fuerte, de la verdad frente a la mentira construida ex profeso y de la bondad contra la maldad. El proceso civilizatorio que duró siglos nos distanció paulatinamente de la barbarie, supuso una transformación de los sentimientos, de la sensibilidad, de los comportamientos y los afectos entre los seres humanos; la compasión es un bello ejemplo y muestra de sabiduría, sin embargo, no basta sentir es necesario razonar para comprender.
Sin distingos de raza, etnia, cultura y condición todos los pueblos tienen el derecho a vivir y a disfrutar de su existencia; este inalienable derecho que incluye el respeto a la dignidad del otro no debe ser trastocada por los intereses de ninguna racionalidad instrumental que sólo busca justificar una guerra de exterminio, aun cuando se aduzca ser defensiva en términos tomistas; ningún argumento de los poderosos puede superar el derecho del falto de fuerza a vivir tranquilo y en paz.
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